El aire frío no es capaz de soportar tanta humedad como el aire caliente. La temperatura es importante en lo que a los niveles de humedad se refiere, sobre todo, teniendo en cuenta que pasamos el 90 % de nuestro tiempo en espacios interiores. Pongamos, por ejemplo, un día de invierno. El aire del exterior podría tener un 100 % de humedad relativa a 5 °C y, por consiguiente, contener 6,8 gramos de agua. En cambio, en espacios cerrados, una temperatura de 5 °C podría ser muy incómoda, por lo que lo normal sería tratar de aumentarla. Cuando el aire exterior entra en el hogar y se calienta en interior hasta los 23 °C , la cantidad absoluta de agua en el aire sigue siendo la misma. No obstante, dado que el aire caliente puede contener una mayor cantidad de agua, la humedad relativa desciende hasta un 33 %.
Por otra parte, es necesario tener en cuenta que el aire caliente puede soportar más humedad que el aire frío. Por ejemplo, en un verano cálido y húmedo con unos niveles de humedad del 80 % a 30 °C, el aire exterior contendría 24 gramos/m3 de agua. En nuestros hogares, una temperatura de 30 °C podría llegar a ser insoportable, por lo que sería normal utilizar el aire acondicionado para bajarla. Si dicho aire se enfría hasta alcanzar una temperatura por debajo de los 26 °C, los niveles de humedad relativa llegarán al 100 % y el agua se condensará (es decir, llegaría al denominado punto de rocío). Es este el motivo por el que los sistemas de aire acondicionado suelen tener un deshumidificador integrado. Sin este tipo de dispositivos, las paredes de tu hogar quedarían totalmente empapadas en verano.
Una humedad relativa del 100 % podría implicar que el aire está totalmente saturado de vapor de agua. En dicho caso, dado que el aire sería incapaz de contener más vapor, comenzaría a generar lluvia.